Lunes y blogger invitado. Esta colaboración de hoy os puedo asegurar que me hace especial ilusión. ¿Sabéis eso de conocer una persona y decir... ostras si me parece que la conozco de toda la vida? pues eso es lo que me pasa a mí con Alfonso.
Descubrí su cuenta en Instagram gracias a su precioso leoncito, un niño blanco como la nieve con una melena alocada y adorable, unos preciosos labios color carmín y una carita tan adorable que imagino que sus padres mordisquearan todos los días porqué es muy, muy apetecible.
Pero no fue eso lo que más me llamo la atención, eso fue la fachada, la carta de presentación. Cuando fui más allá me engancho su forma de crianza, la libertad, la libre capacidad de discernir, el esfuerzo puesto en su padre para criar a un niño FELIZ pero también comprometido, coherente y dándole importancia en primer lugar a las cosas simples pero realmente bonitas de la vida ¡A esas que vale tanto la pena disfrutar!
Luego descubrí su blog Educando un León y os juro que, aunque escribe poco yo me tengo echado tantas risas leyéndolo que me vale la pena el tiempo de espera para leer su nueva publicación. Tiene un sentido del humor que me encanta y me tiene enganchadita, aunque me engancha mucho más su pequeño león obviamente jajaja. No te lo tomes a mal Alfonso.
Y no sigo porque quiero que lo descubráis vosotros, que luego pierde la emoción. Gracias totales Alfonso por hacer este esfuerzo (sé que vas mal de tiempo) y escribir en tu línea, ya sabes que era lo que yo quería ;) espero tenerte muchas más veces por aquí y a vosotros adelante... pasen y vean.
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"Ya hace un tiempo que Liber me esta
pidiendo que escriba algo para su blog. Por desgracia no he tenido
tiempo de hacerlo hasta ahora, la verdad es que ni siquiera estoy
escribiendo nada en el mío propio. “Libertad” es un nombre que
mola mucho, es más, debería ser hermana cuatrilliza y así serían
Amor, Paz, Libertad y Cosas Ricas pá comer.
De todas formas este blog, el de Liber,
tiene muchos más seguidores que el mío y por eso es probable que
mucha gente no me conozca (La verdad es que tampoco os perdéis nada
del otro jueves). Pero por si acaso me presento. Hola me llamo
Carlos y soy el padre de Leo y básicamente, en mi
blog, hablo sobre la educación de mi hijo y de mi experiencia de
paternidad de un niño muy, pero que muy rubio.
Alguien puede pensar que el dato del
color del pelo del niño es puramente anecdótico. Está confundido y
se lo voy a demostrar.
Hace miles de años, en África comienza la
historia de la humanidad. El clima era muy bueno, abundaba la comida
y no era necesaria mucha ropa, en cambio también te podía comer un
León. Así las cosas un grupo de humanos, imbuidos por el espíritu
de la aventura y por el optimismo, rompieron su zona de confort y se
dijeron “y si vamos más al norte, que seguro que se está mejor
??“. Y para allá que se fueron, y colonizaron el Mediterráneo. El
clima era más templado, menos extremo que en África, la comida no
estaba mal, incluso inventaron la dieta mediterránea, y por la noche
daba gusto ponerse una mantita encima para dormir. Pero incluso de
entre este grupo surgieron voces disconformes que empezaron a
manifestarse “ Es que yo esto no lo acabo de ver claro” “Es que
creo que deberíamos ir más al norte” “Que es que seguro que
allí nos podemos dedicar a hacer cerveza”. Y otra vez el espíritu
aventurero y el optimismo hizo unos cuantos seres humanos fuesen
desplazándose cada vez más al norte con la esperanza de que la cosa
iba a ir a mejor. Hasta que los más optimistas del mundo, un grupo
de seres humanos de cabellos rubios como la paja seca y con los ojos
azules se establecieron casi en el puñetero Polo Norte. Esa gente
que decidió irse a vivir a un lugar tan inhóspito, con tan pocas
opciones en la dieta, pasando un frio que pela las patatas. Ellos, y
sólo ellos, son los seres más optimistas, aventureros y seguramente
los más tercos y ilusos que pisan la tierra. Todavía, entre
tiritonas o huyendo de un oso polar, se dicen los unos a los otros
“Pues no se está tan mal, y además estoy seguro que cuando se
acabe este rollo de la nieve y tal, esto se va a poner como Cancún”
Pues a mí me ha salido un niño por esta cosa del azar genético,
así
en plan escandinavo.
Igual fue porque visitamos mucho Ikea
durante el embarazo. La cosa es que me ha salido un niño muy terco,
pero sobre todo muy optimista, muy aventurero y con una enorme
imaginación. (también muy guapo, pero que voy a decir yo, soy su
padre y no puedo ser objetivo en eso)
No sé si con esto os he situado, o no,
sobre como soy yo, como es mi hijo, mi filosofía respecto a la
paternidad, no sé lo mejor es que os paséis por mi blog, pero
tampoco lo veo muy útil.
A Liber le prometí que escribiría
algo sobre las vacaciones del niño en el pueblo. Ahora mismo voy. Yo
no tengo vacaciones, es una afirmación un poco Heavy Metal, pero se
ajusta bastante a como vivo estos últimos años. En mi empresa, la
navidad y el verano son temporadas de mucha carga de trabajo, y por
eso las vacaciones las dividimos en febrero y octubre. Vamos lo ideal
para irse por con la familia de vacaciones. Pero aunque el niño no
estuviese en clase y mi mujenovia estuviese libre, tampoco podríamos
irnos muy lejos. La economía que está muy achuchá y los tiempos de
viajar a conocer mundo parece que se han quedado atrás. Total que
mientras yo me quedo de “Rodríguez” en casa, el rubio y su madre
se van al pueblo.
Son un par de semanas que los echo mucho de menos,
pero en los que puedo entrar descalzo y a oscuras por el salón de
casa sin riesgo de clavarme un juguete en la planta del pié. Es otra
experiencia de la paternidad de la que nadie te ha hablado antes de
tener hijos, ahogar un grito de dolor a las tres de la madrugada con
una pieza de megabloc incrustada en la planta del pié, para no
despertar a todo el vecindario.
En el pueblo el
niño está bien. Tiene más autonomía, con lo que se refuerza su
autoestima, puede hacer pequeños recados en la tienda del pueblo
(Si, es uno de esos pueblos pequeños con una sola tienda donde
venden desde comestibles hasta bombillas) además juega al aire
libre, come con más apetito, duerme mejor, y ve menos la tele. Yo
no soy muy propueblo, además creo que les falta la gran cantidad
de opciones y estímulos que ofrecen las ciudades, pero para los
niños pequeños pasar una temporada al año en un entorno más a su
escala el viene muy bien. Son más autónomos en un pueblo porque es
un espacio más abarcable y eso es buenísimo. Además le conoce todo
el mundo, aprenden a hacer amistades nuevas sin mediación de adultos
y, aunque no existe el riesgo cero (ni lo quiero) es un entorno
bastante seguro.
Así mientras el niño aprende que los
huevos salen del culo de una gallina y no de un supermercado, a su
padre le da tiempo de hacer alguna de las cosas que durante el año
uno va dejando en el cajón de los asuntos pendientes por no tener
tiempo, como pequeñas reparaciones en el hogar, dibujar, escribir
algo en el blog o salir a correr un poco.
Pero da lo mismo que hagas, mientras
ellos están en el pueblo la casa está muy sola y me cuesta mucho
trabajo dormir. Menos mal que ha empezado el cole."
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